viernes, 11 de junio de 2010

Prólogo tres: Todos los santos y Martha Gantier Balderrama



Cuando reviso mis lecturas, el balance siempre me deja en deuda con la poesía. No soy un devorador de poemarios. Mis apuestas son escazas y la fidelidad a mis poetas de cabecera goza es alta. Esto se debe a que la poesía requiere de maestros que le guíen a uno las lecturas, que le enseñen los ritmos para leer este o aquel poema. Uno necesita de un maestro que atine el sabor que necesitamos para condimentar una tarde de neblina, una noche sin luna.


El curso de poesía que recibí con Martha, me enseñó algo que no pude aprender en las rejillas de la academia. Aprendí a devorar con los sentidos, pulí aristas estéticas gracias a la inclusión de lo sobrio como una categoría fundamental. En las conversaciones con Martha sobre los árboles y las flores de la región, mi espíritu se sentía cosmopolita: comprendí como lo local es universal. Más que palabras sofisticadas, nombres pomposos, acentos afrancesados, expresiones en inglés, uno es cosmopolita mientras no deje de sentirse extranjero. Cuando uno se extraña de la lluvia prometida en las nubes negras que una brisa juguetona aleja, se sienten como hermanos los hombres que aplazan el cruce de una frontera. Aprendí que en la autonomía para decorar un interior, vestirse, son una muestra de la amplitud de mundo. Seguir una tendencia tiene que ver más con la falta de tiempo que con algo realmente novedoso. En su compañía supe por qué la lluvia es la mejor música para hacer poesía y cómo la mejor poesía se queda más en las conversaciones, en las sensaciones, que en el papel.


Pero, volviendo al tema, Martha es parte de mis motivaciones por dos razones: su mesa y Todos los santos. Su mesa: su vajilla, los platos alemanes, los centros de mesa, los manteles, las teteras, las jarras, el arroz mojado (Blanco y brillante sobre tazones negros), la chicha de maíz morado, el chocolate de catorce años, galletas de maíz, ají... Ahora preparo una ensalada que, pensándolo bien, le debo ya que sin sus tés, no me picaría la nariz al pensar en el anís estrellado. Martha me enseñó que era mejor una arepa con aguacate y amigos, que toda Europa reunida en cuatro platos sin comunicación. Ah, y ya sé cuál es la mejor norma de etiqueta: la manera en que comemos debe de darle las gracias a quiénes nos ofrecieron los alimentos.


Ahora bien, en la poética de Martha, la cocina no tiene un lugar relevante. No aparece. El alimento más celebrado es la lluvia –hasta embriaga– pero no viene con receta para prepararse. Por eso el poseer una copia de su cuento Día de los muertos en mi infancia me llena de orgullo. Es el primer texto, de los muchos que le he leído, en donde encuentro un banquete: “harina de maíz para los maicillos y mermelada de guayaba… otros diez huevos y vegetal para los suspiros, coco rallado y vainilla para las galletas, uvas pasas o ciruelas secas para el arroz con leche, harina blanca para las muñecas de pan… canela para las empanaditas de dulce de lacayote y azúcar impalpable para espolvorearlas”.


Además, este cuento fue la epístola con que oramos el primero de noviembre del 2009, cuando en su casa hicimos el altar de muertos, encendimos las velas, invitamos amigos, tomamos té, arroz con leche, maicitos, y hablamos de todo un poco y mucho del cuerpo femenino. No como me hubiera gustado a mí, que los hubiera preferido con collares de caracolas, algas en el cabello y estrellas de mar sobre el sexo. O vestidos como Meryl Strep en The devil wears Prada. Pero, quizá esa variante es la que preocupa a las almitas en el más allá. Quizá hablaron así para que yo a lo largo de este año haga algo para que el tema sea distinto.


Vamos a ver que dicen este primero de noviembre, cuando, siguiendo la tradición, prepare mi altar con los chicos del G.A.B. explicándoles qué sentido tiene recordar a los muertos, y lea, antes de iniciar el banquete, después del mediodía, mientras ellos encienden las velas, el cuento de Martha, que a esa hora se engolosinara con la culinaria propia de una Bolivia que visito cada vez que ella me recuerda.

(Para conocer poemas de Martha Gantier Balderrama haz clíck aquí: www.elarcadigital.com.ar/modules/textos/texto.php?id=225 )

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