viernes, 12 de febrero de 2010

¿A QUIÉN BUSCA JÁIBER EN AGUA DE DIOS?

Hace cerca de una década que conocí esta fotografía en una biografía del P. Luis Variara. En el momento de la foto, ella habría p

asado de los 22 años. Había n

acido en 1883 y llegado al lazareto de Agua de Dios en 1897. Diez años después sería la superiora general de una casa de religiosas recién fundada.

Desde que supe de ella la amé y aguardé todos estos años para conocerla de cerca. Con 24 años era muy joven para ponerse al frente de una casa de mujeres en

medio de tantas dificultades. Agua de Dios era un “moridero”. El país temía contagiarse de lepra y esos que ya la padecían tenían que confinarse y morir por la paranoia nacional. Ella, Ana María Lozano, estaba sana y venía a colocarse a la cabeza de otras mujeres que abrían una casa en la que les permitían a las enfermas tener vida comunitaria con mujeres sanas. Sin barreras, sin menosprecio. Una vez más

la lógica del amor de Dios contra la lógica del mercadeo.

¿Qué vieron las religiosas de ese entonces, en esta jovencita para aceptarla como priora? Tenían impedimentos para organizarse juntas en el seno de la mism

a Iglesia; los enfermos que llegaban no lo hicieron con la mejor voluntad.

Trato de imaginarme separado de los mío por la opinión pública y el garrote. Llevado a empujones, escuchando las advertencias a los demás pasajeros del tren sobre mí, que soy peligroso, que no se me acerquen. Todo el mundo le cae a mi familia, los hacen padecer el estigma de tener un leproso con esa lástim

a socarrona de las villas chismosas. Se acercan a preguntar por mí con el único afán de hacerlos sentir miserables. Yo, sin oportunidad de amar en libertad de nuevo, creyendo que ya estoy imposibilitado para que me amen. Yo, queriéndome hacer un hombre de éxito, reconocido. Galán, educado. Digamos que no soy muy espiritual y llego a un rancherío caliente, en una tierra que “sólo da rabia y calor”, lleno de gritos y personajes monstruosos. Las veredas hieden, hay niños mocosos con los ojos desorbitados. Adolescentes que se esconden entre las rocas para dejarse

morir de hambre. La policía reprime y trata de imponer un orden. Hay policías enfermos que llevan la cárcel. Hay policías corruptos que extorsionan y abusan por centavos. No faltan los hombres que hacen fortuna con la desgracia de los otros. Todo me repugna – sigo imaginando – y quisiera suicidarme.

De pronto, una jovencita bajita, linda, de buena familia, camina con una carpa negra por vestido en este resisterio de calor. Podría huir y ser una ilustre da

ma en la sociedad santafereña. No tendría necesidad de hacerse religiosa, ni de someterse a un horario. En este infierno – trato de pensar como hombre del siglo – a quién le importa tu disciplina y tu serenidad, Ana María, a quién… puedes hacerlo todo a medias y no tienes necesidad de sonreír, ni de ser tierna. Para un hombre sin ánimos de trascendencia ya, tu labor está de más. Sin embargo, no te detienes. No ves la miseria que hay a tu alrededor. Tus ojos ven otra cosa. La lepra se

curará y el mundo no conocerá de tus desvelos ni afanes: nuevos males nos atacarán y tus monjas no darán abasto porque el mundo moderno las consternará…

Intento verte, Ana María, como un hombre sin Dios de 1905 para apreciarte y

querer a tus hermanas por la fe y la alegría con que sobrevivieron a la falta de horizonte y sueños con que nosotros morimos ahora todos los días, durmiendo la tarde, sin caminar, sin reír, sin recibir un abrazo.

Bendigo al sacerdote italiano que se dio a la tarea de enseñarles a compartir la vida juntas cuando la soledad pudo ser más cómoda para vivir.

Imagino… pero, ¿será suficiente para escribir mi novela…? Necesito volver a Agua de Dios, A la madre Ana María. Su voz es la quiero rescatar. Conservar.

Nota sobre la foto: Foto escaneada de la biografía del P. Luis Variara publicada por Eliécer Salesman.


DE LAS CONVERSACIONES


Una de las recompensas más gratas de mi viaje a Agua de Dios lo constituyen las conversaciones. ¡Hay tanta gente para hablar! Agua de Dios es una mina para un humanista que no se arrugue con el calor. Claro, yo sé que no hubiera corrido con la buena suerte que corrí, de no ser por la protección de la Hna. Eufrasia Gómez. Es a ella a quien le debo la guía, la vivienda y el alimento de esta semana. Las observaciones, las sugerencias, los detalles, las “exclusivas” con que me obsequió, garantizaron que hoy valore mi expedición con una nota muy alta. El espacio que me abrió para dirigirme a las Hermanas Junioras con un taller de Literatura y la respuesta de ellas a mis peticiones, me permitieron descubrir unas religiosas atentas al mundo y de una espiritualidad auténtica en la que la alegría es el mejor signo de Evangelio. La casa de Betania fue desde el primer día una posibilidad inagotable para preguntar y escuchar, para sentir y aprender. Sin embargo, el mundo de afuera no me fue menos hospitalario y hallar a John Sánchez, a don Efraín Oyaga, al profesor José Luis, a don Gustavo Velazco, a don José Ángel, me ratificaron que había llegado a una Biblioteca en medio del desierto, en la que podía olvidarme de un mal gobierno, de una tesis inacabada, del desempleo, de los kilitos de más, de la crisis económica.

Ah, y no es que ellos no tengan los pies sobre la tierra, ni que Agua de Dios sea un pueblo incomunicado con la civilización. Precisamente porque son hombres de mundo, intelectuales cosmopolitas, es que uno deja de ser tan provinciano. No tenía en mis planes amanecer siquiera una noche por fuera de la casa en que me hospedaron, pero tres amigos me tendieron una trampa de aguardiente, música y charla que no pude evitar. Un guía como John, recitando pasajes de memoria de la autobiografía del maestro Luis A. Calvo, logra que a uno le vayan creciendo enredaderas en cada calle y ya sabe uno que la partida no será fácil. Y entonces uno aprende que de ese infierno no queda nada gracias al arte, el conocimiento y la fe. Los pacientes de Hansen llegaban a Agua de Dios con el destino de morirse en silencio. Pero los hombres y las mujeres de Dios les enseñaron artes y oficios, les mejoraron la calidad de vida y los enfermos quisieron vivir más, aprender más, crear más. Visitar Agua de Dios es una experiencia de aprendizaje significativo en la que uno corre el riesgo de nunca graduarse por ese gusto de conversar.

Nota sobre la foto: Panorámica de Agua de Dios desde la casa de John con fragmentos de nuevos conocidos.