jueves, 8 de octubre de 2009

LA ÉTICA NARRATIVA O LA EXPERIENCIA DE SUSANA HENAO COMO LECTORA DE MUNDO


Por Rigoberto Gil Montoya

Roland Barthes advierte que ninguna palabra, ningún enunciado es inocente. Genette avisa que la literatura crea una segunda realidad aplicada a sus propias leyes. Susana Henao comprende que toda palabra es palabra de alguien. He aquí tres postulados para advertir la permanencia de un universo: el de la ficción y en él la posibilidad de entender un poco de lo que se pone en juego en términos de la condición humana. En el caso del trabajo crítico de Susana Henao, existe el interés de asumir el hecho estético, el hecho de la literatura como una propuesta en la que es posible elucidar la imaginación narrativa como imaginación ética, en una clara advertencia de que la capacidad del ser humano de fabular trasciende lo lúdico, lo meramente artificial, para ubicarse en un campo de la conciencia reveladora, en ese misterio en que se configura la complejidad del Otro en dos de sus aristas: la de quien observa la experiencia ajena y la de quien al observarse a sí mismo recoge briznas de sus relaciones como sujeto social. Entre estas dos aristas, la necesidad de nombrar, de captar con el lenguaje y sus metáforas parte de ese misterio estético al que se refería Borges.

En cuanto a las motivaciones que se presienten en el cuidadoso trabajo de Susana Henao, hay una en especial que quiero resaltar: la idea de que la literatura, en tanto experiencia de vida, permite observar la complejidad de un devenir histórico en asuntos caros a la filosofía: la subjetividad, la crisis de experiencia, la relación con el Otro, el mundo de las creencias, la sociedad como un campo de exploración en la que nociones como el bien y el mal suponen una relación del individuo con lo misterioso e inasible de la propia existencia. Para ilustrar este complejo índice Susana Henao se detiene en dos obras representativas de la literatura latinoamericana: por un lado la novela del cartagenero Germán Espinosa, La tejedora de coronas y por otro lado la novela del brasileño Guimaraes Rosa, Gran Sertón: Veredas. Dos obras que en apariencia se revelan opuestas, pero que en virtud de la minuciosa lectura que la ensayista aplica a ellas desde el presupuesto básico de la ética narrativa, inscrita en el ámbito de los imaginarios culturales latinoamericanos o de lo que ella conviene en llamar “la orilla de lo propiamente nuestro”, se encuentran muy ligadas a una experiencia que la autora busca defender desde un tradición prehispánica y a las búsquedas que tanto artistas, escritores como intelectuales han enriquecido en los lugares propios de lo americano.

Por eso resultan sugerentes las apreciaciones de Susana Henao cuando al leer las novelas en cuestión se refiere a la solidaridad, a los códigos de comportamiento de los personajes literarios, a la manera como se resuelve, en estos parajes, la dicotomía entre bien y mal. De ahí que nos impacten algunas de sus declaraciones, a propósito del mundo marginal y en contra de la ley que Guimaraes Rosa desnuda en su novela: “Latinoamérica no tiene problemas para aceptar héroes que son villanos ni en legitimar el mandato de personas que se encuentran en entredicho moral, o en preferir el padrinazgo al mérito como modo de alcanzar metas futuras”. Aseveraciones de este tipo nos arrojan de inmediato a las relaciones actuales entre política y sociedad y no deja menos que asombrarnos cómo la Literatura, conforme la entiende la escritora y artista que habita en Susana Henao, se actualiza, se revitaliza, en virtud de que la Literatura se convierte en texto que evalúa y recrea nuestras propias realidades críticas.

Quiero entender el trabajo crítico e investigativo que hoy presenta Susana Henao a la comunidad como una propuesta de lectura ética en sí misma. La que allí escribe y reflexiona es una escritora, una artista. Ella conoce el valor de las palabras, mide su alcance, presiente sus significaciones. Como novelista entiende en su soledad lo que implica la existencia de un personaje en esa segunda realidad que a menudo soportamos mejor que la realidad histórica. Como artista, está muy cercana a la sensibilidad de los personajes. De modo que el lector tendrá aquí la posibilidad de compartir una experiencia de lectura, más sensible y dinámica, acaso porque quien escribe busca en los libros desentrañar lo que al artista le es dado experimentar en su propio universo creativo.