miércoles, 6 de enero de 2010

COLECCIÓN DE NAVIDAD, II




Pensándolo bien, más que a un desfile, de la mano de J. Maxwell Coetzee (Premio Nobel de Literatura) asistí a una sesión fotográfica de la importantísima novelista australiana ELIZABETH COSTELLO. En un crucero, en un hospital de África, en una universidad estadounidense, ella posa con su rostro cansado de mujer madura, escéptica, con ese aire de mujer que supo entregarse y disfrutar cuando era el momento. La experiencia al lado de la Costello es desconcertante: los aplausos son pocos, la satisfacción es mínima, la admiración tuya crece porque te sabes al lado de toda una señora, pero ella se desmaya, su público se va aburrido. Tú la acompañas detrás de cámaras y sientes que quienes asisten a sus conferencias tendrían que levantarla en hombros y proclamarla “la mejor”, pero reconoces que ya la Costello no necesita de vanidades.


En medio de tanta frivolidad descubre uno la respuesta a la elemental pregunta ¿Por qué leer novelas? O bien, para ser más plurales – que está de moda -, ¿Por qué leer Elizabeth Costello? No es para defender los principios de los vegetarianos, ni para acostarse con poetas africanos, ni para dar cursos de literatura en cruceros. ¿Para mejorar la vida de los pacientes de SIDA? ¿Para entrar en el cielo? ¿Para creer en Dios? “Yo respondería que los escritores nos enseñan más de lo que saben”. ¿Amarás menos a los griegos? ¿Te enfrentarás a un toro para comértelo sin remordimiento? ¿Incendiarás la Universidad?


¡Tantas cosas puede suscitar esta novela en medio de tantos flashes, aviones, cruceros (insisto), alfombras, entrevistas, cámaras, sonrisas obligadas…! Pero sólo los que saben escuchar a la mujer podrán obtener la iniciación. Es sencillo. Es un lugar común: Pasarela, posar, pasar. ¿Qué zapatos tienes puestos? ¿Qué tanto te colocan por encima de los demás? Bueno, el caso es que a mí me invita a seguir en la búsqueda de una diva para la que yo pueda ser su íntimo.


“El sonríe. Ella sonríe. Van a seguir con el programa, no hace falta decirlo. Pero es un placer juguetear al menos con la idea de escaparse. Bromas, secretos, complicidades. Una mirada por aquí y una palabra por allí: esa es su forma de estar juntos, de estar separados. Él será su escudero y ella será su caballero. Él la protegerá mientras pueda. Luego la ayudará a ponerse la armadura y a subirse al corcel, le sujetará el escudo al brazo, le entregará la lanza y dará un paso atrás”



Nota sobre la foto: Una pastorcita del pesebre de mi prima Lili en una banca de la finca de El pensil, Quinchía.

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