viernes, 11 de junio de 2010

Prólogo cuatro: Literatura y solidaridad. Agua de Dios



Buscando los materiales para una novela, viajé a Agua de Dios, Cundinamarca. Una Hija de los Sagrados Corazones, la hermana Eufrasia Gómez, creyó en mi proyecto y me esperó para acogerme y llevarme de la mano por un pueblo cuya historia me conmueve y me hace creer que hoy, más que nunca, tiene mucho que enseñar.


Un sentido de gratitud me movió a diseñar una serie de talleres a los que llamé Literatura y solidaridad. Si ellas le aportaban a mi proyecto literario, ¿por qué no dejarles una motivación para que con la literatura enriquecieran su apostolado? Había terminado de leer a cuatro autoras de la Universidad Tecnológica de Pereira: Susana Henao Montoya en La ética narrativa (Maestría en Literatura, 2009) y Victoria Ángel, Luz Adriana Henao, Luz Marina Jaramillo en La realidad reiniciada (Ediciones Sin Nombre, 2009).


Estas lecturas fundamentaron mi proyecto: Si las Hijas de los Sagrados Corazones son educadoras, el mostrarles cómo la literatura es una excelente aliada a la hora de construir –o deconstruir modelos éticos, beneficiaría su quehacer pastoral. Más horizontes. Fue lo que creí, fue lo que propuse al grupo de Junioras.


Cuando escogí los materiales para el taller, tuve muy presente Dulce de plátano maduro y Bajo el naranjo de Leonardo Muñoz. La cocina es un laboratorio de paz por excelencia. La Hospitalidad esconde una mesa dispuesta, un plato que aguarda por el que va de paso. Si mi propuesta sugiere acciones de acogida, un cuento con receta propicia una cantidad de reflexiones sobre la solidaridad y el acto de partir con el otro el pan y la palabra.


Las dos mujeres caribeñas del primer cuento se prestan a esa tesis. Con el paso del tiempo, con la contemplación sabia de la vida y su devenir, aprenden a compartir. Aman al mismo hombre con platos distintos y cuando él muere, ellas se juntan para comer lo que a él le gustaba. Ni que decir de la solidaridad a la que llama la desolada mujer del segundo.


Les propuse a las Hermanas que leyeran los cuentos y los dramatizaran. Nos dividimos en dos equipos. Bajo el naranjo nos obligó a una relectura, a una adaptación. Ellas no querían que el mensaje sólo conmoviera sino que propusiera hechos solidarios. Dulce de plátano maduro fue la cara amable, el momento del recreo. Creo que la puesta en escena habría conmovido tanto al autor, que allí tendría otro cuento para contar. Verlas disfrazarse por encima del hábito es la metáfora perfecta de la lectura de literatura: nos vestimos de otro para vivir por un momento una vida que no es la nuestra pero en la que también tenemos piel. Nunca pensé que mi propuesta se tomara tan en serio.


No comimos dulce de plátano maduro, pero ellas, sobre hojas de plátano, sirvieron mermelada de tomate de árbol. Cuando le digo a mi equipo de investigación que durante la lectura de los cuentos de cocina tenemos que comer, aunque no sea lo sugerido en la receta, siempre pienso en esa tarde del convento donde reposan los restos del Beato Luis Variara.


Ahora que termino esta acción de gracias, dirijo mi mirada al Nevado del Ruiz. Desde Agua de Dios se veía el del Tolima y pienso que no estamos lejos, y que allí, en medio del sol y esa tierra que sólo da rabia y calor, un grupo de Hermanas sienten que ese chico que las acompañó a principio de año trabaja en una novela de la que ellas son protagonistas.


Espero que el libro que les dejé, Sufrían por la luz (Tahar Ben Jelloun) las motive a plasmar esos momentos de su vida en que una oración ha evitado la pesadilla del sinsentido.

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