viernes, 12 de febrero de 2010

DE LAS CONVERSACIONES


Una de las recompensas más gratas de mi viaje a Agua de Dios lo constituyen las conversaciones. ¡Hay tanta gente para hablar! Agua de Dios es una mina para un humanista que no se arrugue con el calor. Claro, yo sé que no hubiera corrido con la buena suerte que corrí, de no ser por la protección de la Hna. Eufrasia Gómez. Es a ella a quien le debo la guía, la vivienda y el alimento de esta semana. Las observaciones, las sugerencias, los detalles, las “exclusivas” con que me obsequió, garantizaron que hoy valore mi expedición con una nota muy alta. El espacio que me abrió para dirigirme a las Hermanas Junioras con un taller de Literatura y la respuesta de ellas a mis peticiones, me permitieron descubrir unas religiosas atentas al mundo y de una espiritualidad auténtica en la que la alegría es el mejor signo de Evangelio. La casa de Betania fue desde el primer día una posibilidad inagotable para preguntar y escuchar, para sentir y aprender. Sin embargo, el mundo de afuera no me fue menos hospitalario y hallar a John Sánchez, a don Efraín Oyaga, al profesor José Luis, a don Gustavo Velazco, a don José Ángel, me ratificaron que había llegado a una Biblioteca en medio del desierto, en la que podía olvidarme de un mal gobierno, de una tesis inacabada, del desempleo, de los kilitos de más, de la crisis económica.

Ah, y no es que ellos no tengan los pies sobre la tierra, ni que Agua de Dios sea un pueblo incomunicado con la civilización. Precisamente porque son hombres de mundo, intelectuales cosmopolitas, es que uno deja de ser tan provinciano. No tenía en mis planes amanecer siquiera una noche por fuera de la casa en que me hospedaron, pero tres amigos me tendieron una trampa de aguardiente, música y charla que no pude evitar. Un guía como John, recitando pasajes de memoria de la autobiografía del maestro Luis A. Calvo, logra que a uno le vayan creciendo enredaderas en cada calle y ya sabe uno que la partida no será fácil. Y entonces uno aprende que de ese infierno no queda nada gracias al arte, el conocimiento y la fe. Los pacientes de Hansen llegaban a Agua de Dios con el destino de morirse en silencio. Pero los hombres y las mujeres de Dios les enseñaron artes y oficios, les mejoraron la calidad de vida y los enfermos quisieron vivir más, aprender más, crear más. Visitar Agua de Dios es una experiencia de aprendizaje significativo en la que uno corre el riesgo de nunca graduarse por ese gusto de conversar.

Nota sobre la foto: Panorámica de Agua de Dios desde la casa de John con fragmentos de nuevos conocidos.

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